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sábado, 23 de junio de 2012

EL PIRATA COFRESí    por Cayetano Coll y Toste
 
 
 La goleta "Ana," navegando de bolina y orza este, cuarta al nordeste, dobló punta Borinquen e hizo frente a las embravecidas ondas del mar del Norte, dejando las tranquilas aguas del noroeste de la ensenada de Aguadilla.

--"Aferra el trinquete(3) y afloja foque(4) y mayor(5)", gritó Cofresí al segundo de a bordo; y echémonos mar afuera a ver si tenemos hoy buena fortuna a barlovento.

Las órdenes del pirata se cumplieron estrictas y la ligera nao empezó a navegar velozmente con todo su aparejo a vela llena. Las ondas se rompían impetuosas en su proa y azotaban con sus espumas blanquizcas la cubierta del barco. Las cuadernas de la goleta crujían de vez en cuando. Detrás iba quedando una estela de lechoso espumajo hirviente.

El horizonte estaba límpido, el cielo azul, y el brisote frescachón que soplaba del este estaba fijo. La isla se iba perdiendo de vista. De cuando en cuando una gaviota pasaba graznando sobre la embarcación: parecía un pañuelo blanco arrojado en el espacio.

--"Pilichi", dijo Cofresí al grumete, con soberbio ademán, "vé a mi camarote y tráeme el anteojo. Me parece divisar algo en lontananza".

Y el arrogante marino ponía la mano horizontal sobre las cejas, como una visera, para enfocar bien su mirada de águila y escudriñar las lejanías del mar. Recibido el catalejo lo tendió diestramente y, cierto de lo que presumía, por sus ojos fulguró un relámpago, y gritó al contramaestre con voz llena de fanfarria.

--"Hazte cargo del timón, Galache, que tenemos enemigos a la vista".

Era un brick(6) danés que conducía mercaderías de Nueva York a San Thomas. Para tal época esa isla, con su puerto franco, era un depósito de grandes aprovisionamientos de telas, ferretería y artículos de lujo traídos de Europa y Norte América para surtir las Antillas y Venezuela. Cada vez se distinguía más claro el confiado buque mercante. Cofresí pasó al entrepuente de proa e hizo en su presencia cargar el pedrero de bronce con un saquillo de pólvora y abundante metralla. Después se cercioró que estaba fuerte el montaje de la cureña y firmes las gualderas. Entonces marchó a popa donde reunió su gente, llamando a cada uno por su nombre, y les dio sus instrucciones. Revisó severamente machetes y cuchillos. Hizo traer más armas blancas y ordenó ponerlas en un sitio especial en el combés cerca del palo del trinquete. Y tranquilamente se puso a amolar, con sumo cuidado, su hacha de abordaje.

La gente del bergantín, al divisar la goleta, izó la bandera danesa en señal de saludo. La velera "Ana" izó bandera de muerte, es decir, la bandera negra de los piratas. El brick ya no podía huir y afrontó el peligro. La goleta era muy andadora y se habla apropiado directamente al enemigo. El bergantín estaba abarrotado en su carga. Su tripulación comprendió que tenía que habérselas con un barco pirata. Pronto la borda del brick fue ocupada por diez rifleros alineados que hicieron fuego de fusilaría. Eran malos tiradores. Las balas atravesaron el velamen de la "Ana" y algunas se incrustaron en la obra muerta(7) del casco. Entonces las armas de fuego no eran de repetición; de modo que mientras las cargaban de nuevo los tiradores del bergantín, la goleta se puso a doscientos pies de distancia y le lanzó una descarga de metralla con el pedrero de proa. El ruido del cañón impresionó a los marineros del brick y antes que pudieran disparar por segunda vez sus rifles, ya la "Ana" estaba al abordaje, ceñida al buque contrario por estribor.

C
ofresí, hacha en mano, seguido de los suyos, saltó ágil y célere al buque abordado y atacó cuerpo a cuerpo a los defensores del brick. Estos no estaban preparados para un combate al arma blanca. Sonaron tres o cuatro tiros y quedó despejado el entrepuente(8). Los marineros del bergantín se refugiaron en las bodegas. Rápidamente se adueñó Cofresí del buque dando muerte al timonel y a algunos marinos que quedaron sobre cubierta. Después cerraron las escotillas(9) y quedó preso bajo cubierta el resto de la tripulación del brick. El capitán danés estaba junto al palo de mesana, en un charco de sangre, con la cabeza abierta de un hachazo. Los cadáveres fueron arrojados al mar y empezó el alijo de la sobrecubierta. En seguida se saquearon las bodegas con suma precaución y se trincaron bien los presos que iban apareciendo. Luego de saqueado el bergantín se le dio barreno, y se desatracó el pirata para verlo hundirse. El brick dio una cabezada primero y se inclinó de proa; después se fue sumergiendo poco a poco hasta que de repente desapareció bajo las aguas.

La "Ana" hizo entonces rumbo hacia la Isla, que se divisaba a sotavento, y maniobró en demanda de punta San Francisco para ocultarse en Cabo Rojo.

El comercio de San Thomas estaba aterrado con las depredaciones de Cofresí. Por fin el gobierno de Washington intervino y dio orden al Almirantazgo de castigar al pirata puertorriqueño. Pronto llegó a conocimiento de Cofresí que un barco de guerra norteamericano había venido a ayudar a las autoridades de la Isla para capturarlo o destruirlo. Entonces abandonó sus correrías por aguas del Atlántico y se pasó al mar Caribe.

Estando la "Ana" fondeada en el puerto de Bocas del Infierno divisó en lontananza una vela, y Cofresí con su velera nao salió prontamente a apresarla. Pero esta vez fue por lana y le zurraron la badana. Tan pronto estuvo a tiro de cañón recibió un balazo en el bauprésque le hizo comprender que se las había con un barco de guerra. No obstante, se le fue encima valentísimo y le hizo fuego de fusilería y cañón siendo recibido de igual modo. Viendo la superioridad del contrario viró de redondo y a todo trapo emprendió la huida. La goleta, descalabrada, izó la escandalosa(10) sobre los cangrejos para escapar mejor, utilizando el viento de popa que le soplaba. Cofresí se puso al timón porque la "Ana" era una nave de buen gobierno y muy veloz, y dirigió la goleta paralelamente a la costa, bojeando el sur y burlándose de sus perseguidores hasta que la embarrancó en un bancal diestramente. Echados un bote y una chalana al agua ganaron los piratas la playa, librándose del buque de guerra que no pudo alcanzarlos, ni maniobrar con sus botes por aquellos sitios inabordables.

Ya en tierra dividió Cofresí su gente en dos grupos, dándoles por punto de reunión la playa de Cabo Rojo. Antes enterraron lo que pudieron salvar de la "Ana." Cada grupo bien armado emprendió la fuga por distinta vía.

Como las Milicias Disciplinadas estaban patrullando por aquella costa, pronto los dos grupos tuvieron que batirse y abrirse campo a sangre y fuego, volviendo a subdividirse, fatigados y jadeantes, hasta que acosados por la caballería tuvieron que rendirse a sus perseguidores. El jefe pirata fue cogido después de reñida refriega, todo cubierto de heridas.

Roberto Cofresí y Ramírez de Arellano(11), natural y vecino de Cabo Rojo, era un joven altivo, de veintiséis años de edad, robusto, valiente, audaz y de bravo aspecto. Unido a quince compañeros de la piel del diablo, eran el terror de estos mares antillanos con sus piraterías.

Para satisfacer a la vindicta pública y asegurar el reposo y tranquilidad de estas islas, fueron pasados por las armas en la mañana del 29 de marzo de 1825. Un gentío inmenso presenció el horroroso espectáculo en el Campo del Morro. Un destacamento del Regimiento de Infantería de Granada formó el cuadro para conservar el orden. Una descarga cerrada de un piquete de tiradores, a una señal sigilosa convenida, hizo que once de aquellos desgraciados pasaran a la eternidad. Los otros habían muerto en los combates sostenidos con las Milicias.

 Satisfecha la curiosidad y llena de pavor dispersóse la muchedumbre conmovida. Las tropas volvieron a sus cuarteles a redoble de tambor. Y los cadáveres mutilados por la justicia humana quedaron expuestos al público por veinticuatro horas para escarmiento de malhechores.

L
os hermanos de la Caridad, que no comulgan con el odio social, previo permiso del Gobierno, dieron sepultura a aquellos cadáveres en el cementerio de Santa María de la Magdalena.

Así terminaron el valiente Cofresí y sus intrépidos compañeros de correrías piráticas.

LEYENDA DE LA CAPILLA DEL CRISTO

LEYENDA DE LA CAPILLA DEL CRISTO


          
Cuenta la leyenda que la Capilla del Cristo se erigió para honrar un milagro.
          Dice la leyenda, que para los años 1750 más o menos, se había efectuado una carrera de caballos a lo largo de la calle Del Cristo. Uno de los participantes no pudo detener su caballo y se cayó por el precipicio. Don Tomas Mateo Prats, que era el secretario de gobierno para aquel entonces, invocó al Santo Cristo de la Salud y que el joven que cayó por el precipicio se salvó. Por agradecimiento al Santo Cristo de la Salud, Don Tomas Mateo Prats ordenó construir la Capilla.
          La verdad, no es esa. Estudios recientes hechos por Don Adolfo de Hostos confirman que el joven que cayó por el acantilado, si murió. Y que Don Tomas Mateo Prats ordenó erigir la Capilla para evitar tragedias futuras.

LEYENDA TAINA DE GUANINA Y SOTOMAYOR

LEYENDA TAINA DE GUANINA Y SOTOMAYOR


Guanina era una india taina. Hermana de Agüeybaná el Bravo, ósea el jefe de la tribu y de un grupo de bravos guerreros, el cacique supremo de toda la isla de Puerto Rico. Guanina significa en el lenguaje taíno: "Resplandeciente como el oro".
          Los conquistadores españoles se habían apoderado de la isla de Borinquén, que así se llamaba entonces la isla de Puerto Rico.
          En aquel tiempo, un indio llamado Guarionex vivía enamorado de Guanina. Guanina era la hermana del cacique supremo, ósea el jefe de todas las tribus de la isla.
          Guarionex cada vez que veía a Guanina el corazón le latía a tal magnitud que parecía que se le quería salir del pecho. Cada vez que el la veía le declaraba su amor. Ella no le correspondía porque ella vivía enamorada de un conquistador español llamado Don Cristobal de Sotomayor, alcalde mayor y fundador de un poblado al que había bautizado con su propio apellido.
          Guarionex lleno de odio mortal hacia Sotomayor, le gritaba: - ¡Don Cristobal, uno de los dos debe de morir! Tú no mereces vivir porque me robaste el amor de Guanina, y yo no quiero seguir viviendo si me falta su amor.
          Los indios ya no podían soportar mas el trato cruel de los españoles. Los indios taínos los habían recibido con amistad y habían celebrado la ceremonia del guatiao ( pacto de fraternidad que sellaban con el intercambio de nombres). Por eso al cacique Agüeybaná también se le llamaba Don Cristobal.
          Los españoles haciendo caso omiso al pacto, se repartieron a los indios como siervos. Los explotaban especialmente en los yacimientos de oro. Ya desesperados los indios anhelaban volver a ser libres. Una noche, celebraron un areito (reuniones para celebrar sus fiestas, recordar tradiciones, y tomar decisiones sobre todo cuando era necesario tomar una decisión sobre una guerra). Esa noche Agüeybaná y los taínos decidieron que los españoles tenían que morir para ellos poder ser libres otra vez.
          Guarionex quiso el poblado de su enemigo mayor, que era Don Cristobal de Sotomayor. Güarionex no pudo matar a Don Cristobal de Sotomayor porque en ese momento Sotomayor estaba llegando al bohío de Agüeybaná donde Guanina le advirtió que se salvara que los indios se habían revuelto en su contra.
          Sotomayor se fue con sus soldados a La Villa de Caparra para ver al Gobernador. Agüeybaná le prestó a Sotomayor a unos Naborías para que lo ayudaran con la carga. Pero en secreto les dijo que cuando empezara el ataque, huyeran con la carga. Guanina no quiso dejar a Sotomayor huir solo y se fue con el.
          Los indios tainos los persiguieron y el ataque empezó. Sotomayor peleaba ferozmente con su espada mientras los golpes de las macanas de los indios le iban abriendo profundas heridas. En el momento de mayor peligro, Guanina se interpuso entre Sotomayor y los indios y recibió en su cuerpo la herida mortal que iba dirigida a su amado. En ese momento de distracción de Sotomayor, Agüeybaná aprovechó para traspasarlo con su flecha. Cayó Sotomayor en los brazos de su amada Guanina.
          Agüeybaná mandó a que los enterraran juntos, pero que a Sotomayor le dejaron los pies fuera de la tumba para que no pudiera encontrar el camino a la tierra de los muertos.
          Poco después los españoles rescataron los cuerpos y los enterraron, uno al lado del otro, al pie de un risco empinado y a la sombra de una enorme ceiba.
          Desde entonces, los jíbaros dicen que cuando el viento agita de noche las ramas del árbol frondoso, se oye un murmullo, que no es el rumor de las hojas, y se ven dos luces muy blancas, que no son luces de luciérnagas o cucubano, sino los espíritus de Guanina y Sotomayor que flotan, danzan y se funden, cantando la dicha de estar unidos siempre.

Glosario:

bohío = casas o chozas donde vivían los indios.
Caparra = primera residencia del conquistador, gobernador de Puerto Rico, Juan Ponce de León
cucubano = insecto volador que despide una luz azulada durante la noche
jíbaro = nombre conque se conoce a los campesinos puertorriqueños.
macana = arma defensiva de los indios, hecha de madera más dura de una especie de palma.
Naborias = indios que trabajaban como siervos para un señor, ya éste un cacique o colono español
Taínos = palabra indígena que significa "los buenos" y que da nombre a los indios de las Antillas Mayores.
guatiao = pacto de fraternización que sellaban con nombres
areito = reuniones que hacían los indios para celebrar sus fiestas, recordar tradiciones, tomar decisiones, o declarar guerras.

LA GARITA DEL DIABLO

LA GARITA DEL DIABLO



GARITA DEL DIABLO - Con un grito de" Alerta" el centinela comenzaba la jornada militar, Esto se efectuaba frecuentemente para no dormirse y atestiguar su vigilancia. Misteriosamente, durante una noche oscura, desapareció un centinela de esta garita, surgiendo así la leyenda de la "Garita del Diablo".
          Los habitantes de la isla de Puerto Rico, eran muy propensos a los ataques de piratas. Por tal razón tenían que pasarse la vida vigilando. La ciudad capital estaba rodeada (aún está) por castillos y murallas . Alrededor de las murallas habían, entre trecho y trecho, unas garitas o torresitas donde los soldados hacían su guardia día y noche. Por las noches se sentías las rondas de gritos que los centinelas gritaban para no dormirse.
- ¡Centinela alerta! - le gritaba uno
Y el más cercano respondía:
-¡Alerta está!

          Entre todas las garitas, había una, la más distante y solitaria. Estaba sobre un acantilado profundo en el extremo de la bahía. En el silencio de la noche, el ruido del mar producía un rumor como si los malos espíritus estuvieran cuchicheando.
          Había un soldado al cual llamaban "Flor de Azahar". El azahar era una flor muy blanca y como el soldado Sánchez tenía la piel blanca como el azahar, le llamaban así. Esa noche le tocó a Sánchez velar en esa garita.
          Como de costumbre, los gritos de contraseña de los soldados se escuchaban de trecho en trecho. Pero, al llegar al de el soldado Sánchez, nadie contestaba. Solo se escuchaba el viento silbar y el mar con su rumor.
          El miedo se apodera de sus compañeros que pasaron la noche temblando, del solo pensar, que le hubiese pasado a su compañero.
          Al salir el sol, todos salieron corriendo hacia la garita a ver que había pasado en la garita, que se había quedado muda durante la noche. Encontraron: el fusil, la cartuchera y el uniforme del soldado Sánchez. El soldado Sánchez, había desaparecido sin dejar rastros.
          Los soldados, que eran supersticiosos, comenzaron a decir que un demonio lo había sorprendido y se lo había llevado por los aires.
          Desde ese día, a la garita del desaparecido Sánchez, se le conoce como "La Garita del Diablo".
          Eso fue lo que creyeron los soldados y el resto de la isla.
          Pero la verdad.....esa se las contaré yo, ¿quieren saberla?. Pues aquí les va:
          Sánchez (Flor de Azahar) era un soldado andaluz y muy guapo, que pertenecía al Regimiento de Caballería y tocaba una guitarra muy bella.
          Diana, una mestiza, muy hermosa, vivía profundamente enamorada de Sánchez. Y Sánchez de ella. Se conformaban con mirarse y hablarse con los ojos. A Sánchez su ordenanza le prohibía acercarse a ella, y a ella, se lo prohibía su madre de crianza que era más estricta que un sargento.
          Flor de Azahar (Sánchez) se comunicaba con ella, a través de su guitarra. En las noches la tocaba y cantaba. En el canto le comunicaba a Diana sus mensajes. Una noche le envió un mensaje, el cual solo ella podía comprender, que decía:
          "Mañana cuando anochezca, vete a buscar a tu amor, porque lejos de tus brazos, se le muere el corazón." La noche siguiente, Diana se levantó muy calladita y sigilosamente, salió de la casa para buscar a su amor. Cuando se encontraron, en la garita, se fundieron en besos y palabras de amor y decidieron huir lejos y vivir juntos para siempre.
          Diana le había llevado un traje civil. El dejó en la garita el fusil, la cartuchera y el uniforme y sin hacer el menor ruido huyeron hacia la sierra y los bosques de Luquillo.
          Allí, a escondidas del resto de la isla, construyeron su hogar y vivieron el resto de sus días.
          Dicen que aún, en la garita, en las noches se escucha el rasgueo de la guitarra y una risa disuelta en el viento. Queriendo ésto decir que Diana y Flor de Azahar se burlan de los que inventaron la leyenda de la Garita del Diablo.

El pasajero

El pasajero / Sergio A. Rodríguez Sosa

30 octubre 2009
El joven abogado era el Representante a la Cámara del distrito que comprendía los pueblos de Guayama y Salinas. Su cargo le imponía asistir a cuanta actividad comunitaria u oficial se le ocurriera celebrar  a sus representados.
En aquella época los legisladores eran funcionarios electos con carga de trabajo parcial, sin derecho a chofer ni automóvil.  Así que el joven legislador recorría su distrito en su automóvil privado. Los únicos privilegios motivo de orgullo eran el título de Honorable y una tablilla especial que lo acreditaba como legislador, valiosa porque  muchas veces lo libraba de los boletos de tránsito.
Aquellos  recorridos por el distrito, asistiendo  a reuniones y actividades terminaban muchas veces de madrugada.  Antes de llegar a su hogar lo sorprendía la medianoche transitando por carreteras solitarias y oscuras como boca de lobo.  Para no agobiarse con el ruido del motor escuchaba música en la radio.
carreterra noche1Una noche salió de Guayama  poco antes de las 12 de la madrugada.  Transitaba la carretera estatal en dirección a Salinas. Era una noche de novilunio parcialmente nublada con amagos de tronadas.  Poco antes de la curva de Puente Jobos, un anciano de cabellera blanca, delgado y de escasa estatura lo detuvo.
— Me podría llevar hasta la entrada de la Colonia Amoró, frente a Chunchín. Me cogío la noche — dijo con voz melancólica.
— Claro.  Móntese en el asiento de atrás, porque llevó una pila de documentos regados por el piso del asiento delantero.—

Colocó el retrovisor de cierta manera que podía ver el rostro del pasajero invitado a subir al auto compacto y prosiguió la marcha dejando atrás las luces del barrio.
—- Soy su Representante a la Cámara. ¿Qué hace por ahí a estas horas?—
— Estaba en el velorio de una prima.—
Cerca de Cimarrona, una fuerte interferencia ahogo la música que se escuchaba en la radio.  Trató de sintonizar otra emisora pero el ruido parecía cubrir todo el cuadrante.  Su atención se centró en la radio mientras intentaba sintonizar música.  De pronto, una poderosa  brisa pasó como un celaje frente al automóvil. Sintió un frió que le helaba los huesos.  La interferencia  cesó y volvió a escucharse la emisora.  Miró por el retrovisor con la intención de preguntarle al pasajero si sintió estremecerse el auto con la fuerte brisa.  Sus propios ojos se reflejaron en el espejo, pero no había nadie sentado en el asiento trasero.
El miedo se apoderó de él.  Comenzó a sudar profusamente.  Aceleró la marcha y no paró hasta llegar al negocio de frituras de San Felipe,  que por suerte permanecía abierto hasta el amanecer.
Aquella noche no se atrevió a continuar el viaje por la oscura carretera.
Dos días después, le contaron que el pasajero era el espíritu de un anciano que murió en un aparatoso accidente en la entrada de Cimarrona, luego de coger pon* en Puente Jobos.
 ©SRS

Salinas de los misterios

Salinas de los misterios / Dante A. Rodríguez Sosa

30 octubre 2009

Hechizos 
No ha pasado una generación de salinenses que no haya vivido el miedo, el pavor, el horror, el terror y sentido los estertores que infunde el tema de las leyendas cuentos, historias y experiencias vividas en Salinas, por personas serias de la comunidad con muertos, aparecidos, fantasmas y con peligrosos lugares específicos donde se sabe que se han producido y producen, aún de tiempo en tiempo, encuentros de dimensión desconocida y donde tradicionalmente hacen ‘’aguaje”.
Un ejemplo clásico es la Leyenda del “Jacho Centeno”, un pescador noctámbulo de la Playa de Salinas, quien optó por quemar una cruz de madera en medio del mar para así poder alumbrarse y seguir pescando. Por tal herejía se ahogó y quedó eternamente condenado a vagar por el litoral marítimo de Salinas, en búsqueda continua de las cenizas de la reliquia cristiana. 
cruz 









A través de los años son incontables los testimonios de marineros, pescadores, bañistas y viajantes, que dan fe de haber visto en el litoral marítimo de los barrios Playa, Playita y Arenal al “Jacho Centeno” en actitud de búsqueda y al momento de ir acercándose, desaparecer como por encanto. Esta es una de las leyendas favoritas que los maestros de grados primarios de las escuelas públicas de Salinas acostumbran a enseñar, sin referencia alguna a un programa docente en particular.
En múltiples ocasiones ha habido grupos de personas que han preparado expediciones, interesados en comprobar la veracidad de este elusivo ente. Hay quienes han logrado retratarlo, pero al revelar los rollos de películas o tratar de ver la imagen, se percatan de que la imagen misteriosamente desaparece, quedando en blanco todo de forma inexplicable.
Otro evento digno de recordar es el notorio grupo de personas extrañas, que de vez en cuando aparecen y desaparecen como de la nada en el pueblo. Se desplazan por el pueblo intentando secuestrar niños para suplir sangre a una Reina del Mal que sólo se alimenta con sangre de niños. Personalmente sufrí el embate de uno de esos misteriosos personajes, cuando apenas contaba cinco años.
Ese día me encontraba en la acera de la esquina Monserrate con calle Muñoz Rivera en frente de lo que era la Farmacia San Carlos, donde hoy radica una floristería. Del negocio de helados de Pifo Miranda, que estaba en la esquina contraria, sitio donde hoy ubica una pequeña cafetería, salió un señor que antes se había bajado de un carro color verde. Primero me llamó haciendo señas de que fuera hacia él y lo hizo con tono muy imperativo. Como no obedecí, cruzó la calle en dirección hacia mí. Yo salí corriendo hacia mi casa, que estaba a sólo pasos en la misma acera. Entonces, en estado de pánico llamé a mi madre y le hice señal hacia el hombre que venía en camino persiguiéndome. Mi madre se le puso de frente con entera tranquilidad, con tono firme, sin titubeos ni regodeos como era su costumbre y con talante agresivo le gritó como quien reprende lo malo:
mujer 
Mire, hijoelagranputa ¿qué es lo que usted quiere?—
El señor quedó turbado como si hubiera recibido una descarga eléctrica y al instante se detuvo y dio marcha atrás y cuando se montaba en el auto, mi madre, a viva voz, ante todo el mundo que se había percatado de lo que estaba ocurriendo, volvió a increparlo diciéndole de forma airada :
—¡Permita Dios que el diablo se lo lleve emburujao en candela!—
Así desapareció y los que estaban allí comentaron que no lo conocían, ni lo habían visto antes, inclusive Don Pifo y Don Tomás el Barbero. Al otro día, un transeúnte se acercó a mi madre para comentarle que el carro de la persona con la que tuvo el altercado, cuando se dirigía al barrio Playa, misteriosamente chocó con la máquina del tren y se incendió. El auto se quemó completo, pero no encontraron rastros de la persona que lo manejaba y que nadie apareció para reclamar el auto. Mi madre le aclaró:
“No tienen que buscar nada. Yo sabía que se lo iba a llevar quien lo trajo: el diablo.”
Siempre he tenido a mi madre como un ser espiritual super desarrollado y sobre este tema de los misterios sabía muchísimo, pero eso es tema futuro.
Otro misterioes el de La Preñá. Ese fue un tema por décadas en el Corral de Ortiz. No sé cómo lo logró, pero mi tatarabuelo Francisco Ortiz desarrolló un árbol de higüera en forma de caballo. Lo hizo para dejarlo como herencia a sus descendientes y en efecto por muchos años jugamos todos a trillar a caballo, hasta el día en que La Preñá lo empezó a usar de noche como su corcel.
Los que vivían en el corral, Pancho Piloto, Mingo el Cabro, los Cabros de Mingo y otros, juraba y perjuraban que veían a una mujer hombruna, blanca, bajita sentada de noche en el lomo del caballo virtual. Tanto fue el terror que sembró La Preñá, que en toda la manzana se corrió el rumor y entonces la vieron en diferentes lugares. Los que la vieron la describen como una mujer hombruna pero preñá.
No obstante, el caso más extraño y más misterioso es el caso de la Manzana de la Logia Masónica Esfuerzo Núm. 82. En la 
Hechizos2 

esquina diagonal contraria a la Logia, existía un solar que se usaba para levantar allí los circos que venían a Salinas. Mi madre me llevó a ver el circo en el 1944. De esa noche recuerdo los payasos y los maromeros, uno de los cuales se cayó de cabeza y nunca supe cual fue su suerte.
En esa esquina fabricó una casa un señor que se llamó Paco Rodríguez. Este fungía como gerente de la Tienda La Jagua, un emporio comercial tipo Home Depot de aquella época, propiedad de los sobrinos de Don Manuel González Martínez, el hombre más rico de Puerto Rico en esa época.
Don Paco mandó a construir el edificio donde ubicaba la Joyería Ruiz, calle Muñoz Rivera, esquina con la calle San Miguel. El mismo día que se inauguró el edificio, luego de la ceremonia, se fue su casa y en su cuarto mayor se pegó un tiro, pero lo salvaron milagrosamente. Quedó en estado vegetal por más de veinticinco años en el mismo cuarto donde intentó suicidarse. Con el correr del tiempo un médico hijo de Salinas, compró la casa y estableció su consultorio profesional y cual no fue la sorpresa del pueblo cuando al poco tiempo, el doctor se suicidó despues de entrar en contacto con el cuarto donde anteriormente intentó sin éxito suicidarse Don Paco.
En la propiedad contigua a la de Don Paco, calle Palmer, con la esquina calle Sol, en la misma acera que llega hasta la Logia Masónica, vivía el licenciado Carlos M. Dávila. Este tenía un hijo que se llamaba Carlitos. Una noche en que se celebraba una actividad, salió en un auto con unos amigos y se vio envuelto en un horrible accidente en el que murió prácticamente despedazado.
La próxima residencia en dirección a la logia está separada de la propiedad del licenciado Carlos M. Dávila por un pequeño solar por el que nunca nadie se ha interesado, ni se sabe de quiénes, ni es objeto de reclamación. Ese solar es un misterio. Le sigue entonces la residencia de Don Tocayo Ortiz. Este era esposo de Doña Filomena Modesto y se suicidó mediante un disparo a la cabeza, poco tiempo después del misterioso deceso de su hijo, el licenciado Pedro Federico Ortiz, un farmacéutico muy querido de Salinas. Era un apreciado amigo a quien le decíamos el Primo, padre del distinguido doctor Ortiz Lara quien ejerce como médico en Salinas.
Los solares al norte de la propiedad de Don Paco Rodríguez, localizados ambos en la calle Monserrate, tenían senda casas, las cuales ya aparecían desocupadas antes del atentado suicida de Don Paco. Nunca más han estado habitadas. Nadie se atrevió vivir en ellas. Hace poco se demolió la más próxima a la casa de Don Paco para hacer un local de estacionamiento y la otra está cerrada hace más de cincuenta años. Como si esto fuera poco, hace unos años asesinaron de forma abusiva al licenciado Guillermo J, Godreau, quien residió en la esquina de la calle Palmer con la calle Sol que es la misma calle de la Logia Masónica.
Éstos son datos objetivos que describen unas realidades que pueden tomarse como casualidades pero podemos teorizar, a la luz de otros eventos colaterales en el área, que existe también un halo de misterio que da qué pensar sobre todo este fantasmagórico escenario.
Un evento colateral es el de la muerte de Cachito Lozada. Las hermanas Palmira y Estela Márquez fueron unas destacadas educadoras de Salinas. Ellas vivían en la calle de Cayey (hoy Luis Muñoz Rivera) en un edificio que se conocía por el nombre de un negocio que allí existió en los años treinta y cuarenta y hasta los años sesenta. Ese negocio se llamaba El Escambrón. Era un negocio de caché. Tenía unos reservados en los que las parejas entraban y cerraban las cortinas y sólo el mozo iba cuando se le pedían bebidas o comidas. En ese lugar hoy existe una tienda de telas.
El caso es que las hermanas Márquez criaron a los hijos de Elisa Carsen y Toño
Cachito Lozada Kalsen2 Lozada. Uno era Cachito y el otro es Olaf.  Cachito era un muchacho fuertísimo, alto y musculoso. De la noche a la mañana desarrolló una enfermedad incurable. Su agonía fue el sufrimiento de todo el pueblo, dado que las hermanas Márquez gozaban de una estimación y afecto que no tiene paralelo e la historia de Salinas. Tan fue así, que las autoridades ordenaron el cierre del tránsito de la calle principal del pueblo durante todo el periodo de su enfermedad. Murió en esa casa que ubica en los altos del Escambrón.
Nadie ha podido vivir en esa casa desde hace más de cincuenta años. Se trata del cierre de propiedades que pueden ser usadas pero misteriosamente quedan cerradas para siempre. En este caso, de forma excepcional y por un cortísimo periodo de tiempo, El Club de Leones de Salinas se aventuró a usarla como casa Club y para qué contar las vicisitudes de todos sus miembros, quienes ajenos a la historia osaron usarla y tuvieron que dejarla por no saber el por qué de su maluria y toda clase de desconciertos.
Otro sitio maléfico es la Casa Alcaldía de Salinas. Isabel Rivera Pérez quien trabajó por muchos años como tesorera del municipio, precisamente en el segundo piso de la Alcaldía, lugar donde ocurrió un suicidio, por consejos míos, adoptó la posición de defensa fanasmade mantener todo el tiempo un velón de Santa Bárbara prendido. Igual régimen adoptó Bebé Amadeo. Ella tenía un altar en su oficina con varios velones prendidos. Sólo así ambas sobrevivieron el impacto de lo que inexplicablemente allí ocurre a diario.
Ahora mismo me enteré del caso de Doña Doris Rodríguez. Ella me relata que recién ha visto salir de las oficinas gente con chifles diabólicos. Hay gente que cuando hablan lucen dientes de oro y descomunales colmillos afilados. Dice haber visto gente que estornuda un fuego color brilloso. No son pocos los que se han partido las patas en las escaleras, empujados por alguien que no se ve.
Personalmente, tengo mucho cuidado en tratar de no ir a la Alcaldía, a menos que sea absolutamente necesario. Debemos mencionar que la Alcaldía fue una cárcel en la parte de abajo y varios presos se ahorcaron en el lugar. Así los encontró Don Leo el alcaide de la cárcel. Todavía recurrentemente hay quien alega haberlos visto colgando en las paredes y al gritar, desaparecen como por arte de magia.
Otro caso insólito es el de Domingo Porrata, un buen amigo a quienes todos conocíamos por Chuchin. Domingo estudió conmigo desde primer grado y hasta que terminamos la escuela. Un buen día desapareció y tardó treinta años antes de regresar a Salinas. Se casó con una muchacha de la Jagua y allí monto un pequeño negocio de bebidas y venta de empanadillas con toques mejicanos.
Me contó Domingo que se había ido a vivir para Texas y en la frontera con Méjico aprendió con mejicanos magia negra, magia blanca, hechicería amorosa y toda clase de suertes diabólicas. El negocio de Chuchin y él como tal, se hicieron muy famosos en Puerto Rico. Las empanadillas que preparaba su esposa eran riquísimas. El por su parte, tenía la costumbre de hacer toda clase de suertes y magias ante los atónitos ojos de sus clientes. Yo vi una botella llenarse de pesetas ante mis incrédulos ojos. Era algo verdaderamente asombroso. Un día se me ocurrió sugerirle que me enseñara algo y me dijo:
—“Tú eres mi amigo, no te metas en esto. Yo tengo un pacto con el Diablo y por esos es que todo esto es posible”.—
Yo no le creí y más bien pensé  que era una broma de las img_54881_diablo3que siempre me hacía. Deje  de visitar el negocio ante la advertencia de mi amigo. A los pocos años a Chuchin le cortaron una pierna después le cortaron la otra como consecuencia de una condición de salud que padecía. Pero entonces comenzó la habladuría de la misma gente a quienes Chuchin le contaba de sus conocimientos de magia.
Gente de Las Mareas me alegaron que lo vieron correr desnudo por la pista de aviones que allí existía botando fuego por la boca. Algo imposible porque le faltaban las dos piernas. Algunos alegan que incumplió una parte del pacto que hizo con el Diablo y por eso se le fue cobrando canto a canto.
Lo más dramático ocurrió una noche en la Guaguita de Julín Jiménez. Un joven que trabajaba limpiando los aviones que se utilizaban para fumigar las plantaciones me alegó en la barra algo insólito.  Me dijo que trabajaba limpiando el taller de los aviones pero que pronto iba a ser piloto porque Chuchin le estaba enseñando a pilotar. Pensé que estaba borracho  o fuera de sus cabales, porque mencionó a Chuchín que ya se encontraba muy enfermo.
Una noche  vino a la Guaguita y alegó que Chuchin le había dado la orden de despegar y él para coger valor venia a tomarse unos cuantos tragos antes de ejecutar su primer vuelo. Todo el mundo lo tomo como un embustero, bromista, borrachín y farsante. Lo cierto es que se fue al taller y prendió un avión y logró echarlo a volar.
Días después cuenta que cuando ya estaba en el aire quien iba a su lado era Chuchin desnudo quien con dientes afilados de oro resoplaba fuego por la boca, le daba instrucciones y le decía subiera, subiera y subiera. Él, del espanto, loco y sin ideas se estrelló en una pieza de caña y afortunadamente el diablo no se lo llevó. Este accidente fue reseñado por toda la prensa de Puerto Rico e investigado por las autoridades federales.
Ceiba Son muchos los misterios que rodean el área de Salinas y muchos los sitios de peligro. Basta mencionar que este 31 de octubre  está prohibido requedarse en la Ceiba del Arenal, pasar rápido por la Olla del Cenizo, lugar cercano al sector Chupacharcos, frente al Campamento o visitar el Rompeolas del Arenal, la Playa de Cantasapo o Punta Arenas por la casa de Don Rejo. Todos estos lugares están rodeados de misterios, allí hacen aguajes y estos han sido escenarios de las más sorprendentes tragedias. En la otra vida se sabrá lo que hoy enmarca la Dimensión Desconocida de Salinas de los Misterios.
©Dante A. Rodríguez Sosa

La muerte nos da sorpresas

La muerte nos da sorpresas / Maribel Rivera


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Una noche, viajaba en su auto hacia lo desconocido.
No imaginó que su vida cambiaría a partir de ese  momento.
Se percató de alguien, que a la orilla del camino, hacía señales para que se detuviera.
Frenó y al acercarse, notó que la persona que lo detuvo, era una mujer y flotaba. Al ver esto, el susto lo paralizó.
La mujer avanzó hacia él y lo envolvió en una nube de destellos que lo llevaron al futuro.
Pudo ver que su auto se estrellaba contra un poste, evitando  atropellar un animal que se cruzó en el camino. Sin  entender qué le estaba sucediendo, se encontró de repente, en su auto, en dirección opuesta. Dijo:
- El cansancio es algo muy peligroso, debo haberme detenido y me dormí. Pero, ¡qué horrible pesadilla he tenido!
Puso el auto en marcha, continuó rumbo a su casa.
Al escuchar la radio, una noticia de última hora, atrajo su atención: “Muere mujer al atropellar una vaca con  su auto y estrellarse contra un poste del alumbrado que estalló en llamas, luego del accidente. Por fortuna, no pasó ningún otro auto en esa dirección.”
Desde ese día en adelante, jamás volvió a manejar cansado.
© Maribel Rivera

Leyenda de El Jacho Centeno.

Leyenda de El Jacho Centeno
Cuentan algunos mayores que una vez vivía en la Playa de Salinas, solo en su bohío, un
pobre pescador llamado Centeno. Enfermó este pobre hombre hasta llegar a sufrir de
un paludismo crónico que con nada podía curar. Pasaban los días y las fiebres se repetían,
empeorando su salud y su situación económica-, pues sintiéndose tan mal no podía
echarse al mar, de donde acostumbraba sacar con su trabajo el sustento diario.
Una noche de lluvias, cuando tiritaba de frío por la fiebre que lo consumía, se levantó y
fue cerca de su choza donde cogió unas hojas de zurra de limón para hacer un cocimiento y
tomárselo con el fin de calmar la fiebre que lo devoraba. Miró alrededor y no pudo
encontrar astillas con qué animar el fuego. Entonces cogió una cruz de madera que
tenía, la hizo astillas y la metió al fuego. Así logró su intento; pero cuentan los que esto
recuerdan y afirman que poco tiempo después murió nuestro enfermo y empezó a verse,
que de lo que fue su bohío salía un hombre, que suspendido en el espacio, con una antorcha
en la mano, moviéndose una veces por mar y otras por tierra, como que buscaba algo
que había perdido. Así ha continuado en esta tarea hasta nuestros días, en que
todavía hay personas que aseguran que lo ven periódicamente, a horas avanzadas de
la noche.
Las gentes creyentes consideran que lo que hizo Centeno con la cruz constituye un acto
de sacrilegio, profanación, y que fuerzas misteriosas lo han condenado, después de su
muerte, a buscar las cenizas de la cruz que quemó, por mar y por tierra, hasta encontrarlas.
Y como no las ha encontrado aún, sigue nuestra buena gente todavía viendo "El Jacho de
Centeno" en horas avanzadas de la noche.

La Leyenda del Jacho


La Leyenda del Jacho

Venancio es el personaje principal de nuestra leyenda. Era un pobre agricultor y pescador de un barrio de Orocovis. Vivía cerca de un caudaloso río. Era el único sostén de su numerosa familia. Con lo que pescaba y lo que cosechaba, en su pedacito de tierra, los alimentaba. Se dice que era un hombre sin vicios, sumamente religioso y su amor por todo lo creado era muy grande. Desde pequeño su padre lo había acostumbrado al trabajo duro. El oficio de pescador cautivó su alma y a eso dedicó su vida.
Venancio siempre cargaba un saco grande con él.Allí guardaba todas sus herramientas de pesca y la comida del día. Pero lo que nunca se quedaba fuera del saco era una rústica cruz de madera que recibió de su padre. Aquella cruz había pasado de familia en familia. --"No permitas que esta cruz sea destruída y llévala siempre contigo".--Le había dicho su padre. Él prometió así hacerlo.
Se cuenta que un día casi de madrugada Venancio se fue de pesca. Se dirigió al río más caudaloso donde la pesca era abundante. Transcurrió toda la mañana y los peces no aparecían. Pasaban las horas y llegó la tarde. Las nubes daban señales de que iba a llover muy pronto. Pero ni un solo pez había picado.
Y….cayó la lluvia a torrentes.

Habían desaparecido los peces como por arte de magia, estaba cansado, una gran desesperación cubría su alma al pensar que esa noche su familia se acostaría con hambre, y como si fuera poco no paraba de llover.
Decidió prender un jacho que había llevado consigo y regresar a casa. Era ya de media noche. El jacho se había consumido y Venancio lloraba su desconsuelo en aquella terrible oscuridad. De pronto una idea maléfica le vino a la mente. Oyó que le decían al oído --” Prende la cruz Venancio". "Ella te llevará a tu casa". "Te alumbrará por todo el camino”.
Y con el último fósforo que le quedaba prendió aquella sagrada cruz. Así llegó a su casa.

No tardaron muchos días cuando Venancio cayó enfermo . No pudo superar la enfermedad y murió. Dicen que en su lecho de muerte un profundo dolor por haber quemado la cruz se apoderó de él.
Al morir subió hasta el cielo pero no fue admitido porque antes de entrar era necesario que regresara a la tierra para buscar las cenizas de la cruz que había quemado. Así que regresó.
Aún hoy , muchos afirman haber visto la “luz eterna” de Venancio, recorriendo como un relámpago las montañas de Aibonito y Orocovis. Busca las cenizas de su cruz.

El Jacho Centeno: un cuento basado en la leyenda playera

El Jacho Centeno: un cuento basado en la leyenda playera / por Eileen Ocasio

Juan Antonio Centeno Martínez era un hombre humilde, de apenas unos treinta y siete años de edad; el cual el destino y los escasos recursos económicos lo forzaron a vivir en pobreza junto a su mujer y su hijo Carlitos. Su casa, ubicada en la playa de Salinas, estaba construida con retazos de tablas y planchas de cinc que algunos del barrio le regalaron. Su hogar, aunque humilde, era su más preciado templo. La mayoría de sus figuras decorativas, reparadas con pegamento, habían adornado las casas de los más afortunados del pueblo.
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Juan Antonio no sabía de letras ni números, pues dedicó su niñez a ayudar a sus padres aportando los centavos que ganaba brillando las botas de los soldados que bajaban al pueblo en busca de diversión. Ya cuando alcanzó la pubertad, su padre le enseñó el oficio de la pesca, pero al morir éste, Juan tuvo que encargarse de traer el pan para mantener a su madre y sus hermanos.

Un sábado en la mañana, mientr
as se disponía a vender el producto de la pesca de esa madrugada en una esquina de la Plaza del Mercado, fijó sus ojos en una muchacha de largos y ondulados cabellos negros, piel trigueña y de apenas unos quince años, que barría las colillas de cigarrillo dejadas sobre el áspero piso de cemento.
A Juan, a pesar de sus veintitrés años, apenas le sobraba tiempo para fijarse en mujeres. Pero esa mañana quedó hipnotizado por el rítmico vaivén de caderas armonizado con el movimiento hábil y diestro de los brazos que sujetaban aquella escoba. Se fijó en su vestido viejo, corto, algo ceñido, ajado por el sol y las frecuentes lavadas en el río. Pero sobre todo, en lo bien que a través de su transparencia se apreciaba el delicado cuerpo de aquella niña, a punto de ser una mujer. Juan clavó la mirada en las torneadas y femeninas piernas. En ese momento, como ráfaga de viento, una extraña y placentera sensación nunca antes sentida al contemplar a una mujer, corrió por sus venas.
Fantaseó por un segundo, pero éste placentero encuentro con su subconsciente fue interrumpido por la voz chillona de doña Panchita que le preguntaba si había tenido una buena pesca esa madrugada.

– ¿Qué se lleva hoy doña Panchita? – Preguntó Juan algo perturbado.

–Pues mi’jo dame siete arrayaitos que los quiero pa’ freirlos pal almuerzo con una *viandita por el lao — contestó Panchita.
Después de seleccionar el pedido de su cliente, Juan envolvió muy diestramente los peces en papel, y los colocó en su canasta, despidiendo apresuradamente a Pachita con una sonrisa forzada.
 
Regresó la mirada al sitio donde unos minutos atrás estaba la chica. Quería encontrarse de nuevo con aquél pensamiento que casi lo hace avergonzar ante la presencia de doña Panchita y a la misma vez buscar la oportunidad para conocerla. Sin embargo, para su desdicha, la muchacha ya había desaparecido del lugar, dejando solo en su mente el recuerdo de una doncella cuya inocencia había sido inadvertidamente profanada en la mente de aquél extraño.

Sintió una mezcla de angustia y rabia por haber perdido esa mañana la oportunidad de acercarse y preguntarle a la chica su nombre. Se reprochó una y otra vez haberse extasiado con pensamientos mundanos y dejar pasar quizás la única oportunidad de conocerla.
–La vida es así, un cajón lleno de ironías. Pensando en eso, recogió sus peces y demás pertenencias, y se marchó a su casa sonando las cinco monedas que doña Panchita le había pagado. Finalmente, las guardó celosamente en el bolsillo derecho de su pantalón.
Pasaron tres años, y la vida para Juan se hacía cada vez más difícil. Su hermano menor, ya tenía suficiente edad para ir a la escuela. Ese era su primordial deseo, que ellos se educaran ya que él nunca tuvo esa oportunidad.
Precisamente el día en que acudió a la escuela de la Playita a matricular a su hermanito se topó nuevamente con ella. En ese momento se propuso que aquella doncella sería algún día la madre de sus hijos. Esta vez no vaciló en acercarse, el destino le ofrecía una segunda oportunidad, y estaba decidido a no perderla.

–Oiga, señorita. Perdone ¿A onde tengo que ir pa’ matricular al nene? — dijo Juan con voz temblorosa, tratando de disfrazar su conocimiento con una máscara de ignorancia.
–Eh por allá — le respondió con una sonrisa
– Si quiere sígame pues yo también tengo que ir pá allá.
-¡Qué perfecta oportunidad! — pensó Juan, no puedo dejarla escapar.
Así entre preguntas y respuestas Juan y Mercedes se conocieron. Todas las tardes Juan buscaba una excusa para recoger a su hermano después de clase. Necesitaba ver a Mercedes, hablar con ella, mirarle a los ojos, y contemplar su belleza. Mercedes por otro lado, mostraba un cierto interés disimulado hacia Juan. Se percibía por la forma en que lo seguía con la mirada, en la forma especial en que le sonreía, en las largas conversaciones que ambos entablaban, queriendo cada uno así detener el tiempo como se detienen las manecillas de un viejo reloj, al cual alguien olvidó darle cuerda.
Llegó el día en que Juan no pudo aguantarse más. Esa tarde, alcanzó a Mercedes en el callejón que conduce a la escuelita. Y allí, declarándole su amor le pidió que fuera su novia. Ella no vaciló en darle el sí, pues Juan se había apoderado de su corazón, y también de sus pensamientos. Sin esperar un segundo mas, Juan la tomó de la cintura, acercó sus temblorosos labios a los de ella, y en un tierno, y prolongado beso, juró amarla para toda la vida.
Para Juan, en ese momento, se disipó el tiempo. El menudo cuerpo de Mercedes, acompañado de los fuertes latidos de su corazón, lo hicieron estremecer. Un año mas tarde le propuso matrimonio y se casaron.
Construyó Juan una casita en La Playa, y después de un año de casados Mercedes dio a luz su primer y único hijo varón, al que llamaron Carlos. El sustento de la familia provenía de la pesca, y de las *chiripitas que Juan hacía cuando alguien lo ocupaba.
Un sábado de madrugada, como de costumbre, cuando se preparaba para salir a pescar, su mujer le dijo:

– ¿Por qué no te quedas hoy? Sabes que el tiempo está un poco malo. Tengo miedo que algo malo te pase.
–Mercedes — respondió Juan tratando de calmar su intranquilidad, necesito ir, algo me dice que hoy va a haber buena pesca.
- Sabes que necesitamos el dinero para la leche del nene. Además no te preocupes, yo he salido a pescar otras veces con el tiempo más malo. Nada va a pasar, ya verás.
–Es más, para que te quedes tranquila me llevaré la cruz de madera que cuelga de la pared de la salita para que Dios me libre de todo peligro.

Diciendo esto se despidió de su esposa. Recogió algunas cosas, entre ellas su linterna, gas kerosene y algunos fósforos, los cuales metió en una bolsa. Seguidamente, descolgó la cruz de la pared, y tomo el camino que se dirige al mar.
temporal 
Al llegar a la orilla, la borrasca metía miedo. Por un instante dudo. Pensó si sería bueno lanzarse a la mar, recordó lo que Mercedes le había suplicado, pero también pensó en las necesidades de su hijo. Sin más demora montó todo en su yola y se dirigió a alta mar.
Mientras mas avanzaba, el oleaje se hacía más y más fuerte. Juan trataba inútilmente de estabilizar su pequeña embarcación. Como péndulo de reloj, todas sus cosas se movían de un lado a otro, en un descuido la linterna que lo alumbraba cayó al agua y de un solo bocado se la tragaron las olas.
Esa noche había luna nueva… ¿cómo, iba lograr llegar a tierra si había perdido su linterna? recordó los fósforos que tenía en el bolsillo y la cruz de madera que lo acompañaba en su viaje. Luchando contra el oleaje, abrió la lata de gas, remojó la cruz de madera con gas, y encendió la misma con un fósforo. A millas de distancia se pudo escuchar un estallido.
Juan fue encontrado a la mañana siguiente por unos pescadores, el mar había devuelto su cuerpo calcinado a la orilla de la playa. Sujetaba en su mano izquierda algo que semejaba una cruz de madera y en su rostro quedó petrificada la imagen grotesca del dolor, desesperación y el miedo.
Su alma fue sentenciada a cumplir una condena. Por haber quemado la cruz, no tenía derecho de descansar en paz, hasta encontrar todas las cenizas.

Por eso, en las noches de luna nueva, algunos pescadores salinenses afirman haber visto a Juan, a quién ellos le pusieron de apodo el Jacho Centeno, sujetando un pedazo de palo encendido en su mano izquierda. Desde entonces el espectro de un
pescador errante con hachón en mano deambula por la playa buscando las cenizas de una cruz quemada.
Si alguna vez lo ves, no temas, solo ora por su alma.
© Eileen Lebrón Ocasio de Ferrer

Talla de El Jacho centeno. por artepr


















Cuentan que un pescador
 con un jacho de tabonuco
salio de su conuco
a pescar con mucho amor
como era fiel seguidor
de la cruz del Nazareno
radiaba en su rostro sereno
la alegría de la vida
por la pesca bendecida
le llaman el Jacho Centeno.por artepr.